domingo, abril 08, 2007

Fundación Telefónica publica "Neologismos y sociedad del conocimiento. Las funciones de la lengua en la era de la globalización"


Lingüistas y filósofos se unen para contener al «hombre tecnológico»
04/04/2007
Para evitar que la era tecnológica acabe con un mundo diverso, la lengua ha de estar afinada con «el alma» del que la usa, inquietud que ha impulsado el libro Neologismos y sociedad del conocimiento. Las funciones de la lengua en la era de la globalización.

Profesores de lengua, instituciones de enseñanza, intelectuales y algunos empresarios creen que merece la pena «humanizar las tecnologías» y han alertado a los futuros comunicadores para que, más allá de dominar los nuevos instrumentos tecnológicos, los pongan al servicio del arte o la filosofía.

El lingüista Fernando Vilches, coordinador —junto con Ramón Sarmiento—, de este volumen publicado por la Fundación Telefónica y Ariel, sostiene que si el idioma español ocupa más extensión que el inglés al ser traducido, eso «no autoriza a recortar sus dobles connotaciones, su precioso juego de sentidos».

«¡Déme una barra de pan y, si tiene huevos, una docena!» pidió uno al tendero, y este le dio doce barras de pan», ilustra con humor el lingüista.

Y «no es lo mismo que el poeta Lord Byron llorase por "la perdida" de su hija que por "la pérdida" de su hija, Ada, que no se ganaba la vida de un modo mundano, sino que murió» (de cáncer, a los 37 años), matiza Vilches para apuntar al poder de un simple acento.

Vilches ha recogido el empeño de filósofos, lingüistas y teóricos de la comunicación en una tarea necesaria e «impagable»: mantener al ser humano funcionando entre sentimiento y razón.

En el actual escenario tecnológico, dominado por la lengua inglesa —el 90 % de la base de datos de internet—, un inglés tecnificado condiciona y determina el modo de pensar y de ver el mundo.

Así, «cansado de zapear, navegaba yo en la web para estrenar el kit de un modem guay, pues las cosas del jaguar me flipan y ligué un spónsor cool para disfrutar del jogging y mejorar el look», recita el lingüista, asombrado de que todos esos términos hayan sido aceptados por la Real Academia de la Lengua.

Vilches cree que los idiomas de occidente, excepto el inglés, están hoy como el Real Madrid, «que importa jugadores (vocablos) extranjeros que no sirven para nada», y aunque no haya que asustarse —dice— por una práctica que siempre se ha dado y que también trae beneficios, ataca la necedad y las malas traducciones.

«Ya decía Gracián que un error muy repetido no deja de ser un error», recalca apuntando a los profesionales de la televisión que permiten que en ese medio alguien tenga el cuerpo lleno de «anetomas» (por hematomas) o decir que comió una ensalada muy ricamente «enderezada».

«Esto es un "detó"», instruía sujetando un aparatito que «sirve para todo», durante la presentación del libro la semana pasada en el Instituto Cervantes, cuando provocó grandes carcajadas de la audiencia y quizás cierta inquietud ante el uso del idioma.

Vilches se dirigió a una sala abarrotada de estudiantes —algunos alumnos suyos— de la Universidad Rey Juan Carlos, de Madrid, donde hace un año se celebraron unas jornadas que propiciaron este libro.

Si hoy vas por los pueblos y pides un «emparedado» en vez de un «sandwich» te dirán que el albañil se fue de vacaciones y, si pides una «pollera», que ha cerrado el comercio de aves y huevos; Ya nadie sabe que el término «falda» es francés, comenta tolerante con la evolución del idioma.

Pero, una vez aclarado que no se trata de ser purista, ni casticista, menos ahora que el español es una lengua pujante —como se ha confirmado en Cartagena de Indias—, advierte de que seamos cuidadosos ante la «imbecilidad de la ignorancia».

Así, critica que los políticos estropearan la «confrontación», pues confrontar no es enfrentarse —precisa—, sino lo más hermoso que hacen los ciudadanos cuando comparan sus ideas y las cotejan para sacar algo concreto en fértil discusión.

Un ejemplo de cómo matamos el idioma es la palabra «enervar» que no era exactamente 'estar de los nervios', sino debilitar la fuerza. Como traducción empobrecedora, Vilches cita el ejemplo de honesty, que no diferencia «honradez» de cintura para arriba, de «honestidad», situada más abajo.

Y eso de hablar «de cara» al público... «¡Sería tan grosero hacerlo de espaldas!», imaginémoslo, pidió Vilches entre risas llamando a dar un paso a una sociedad de la imaginación que matice y salvaguarde la diversidad de la lengua española. (Efe)

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